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 EL
PAPEL DE LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL
La Exposición de 1888 es la que precisamente provocará en
Barcelona el impulso de las que podríamos considerar algunas de
las primeras reflexiones relacionadas, todavía indirectamente,
con una disciplina que, con el tiempo, será parte esencial de la
identidad de la capital catalana: el diseño.
Como ha indicado el profesor Vicente Maestre, en noviembre de 1888 la
junta directiva del Ateneo Barcelonés comienza a organizar una
serie de conferencias públicas relativas a la Exposición
Universal de Barcelona, que se celebran a partir de enero de 1889. En
ellas se llevará a cabo un análisis del arte y la industria
catalana del momento.
Aunque hubo bastantes voces críticas que señalaron el estado
de atraso en relación con la mayoría de las naciones europeas,
también hubo quienes manifestaron su optimismo, especialmente entre
la burguesía. Ese fue el caso de José María Serrate,
quien reconoció el relativo retraso, pero señaló:
"Ya sabemos producir, ya tenemos conciencia industrial, ya nuestros
productos resisten la comparación con sus similares; ya, en fin,
el consumo tiene donde acudir a satisfacer sus necesidades...".
Otro de los conferenciantes, Juan Tutau, indicó que el amor al
trabajo y la laboriosidad del pueblo catalán se aunaban con "el
gusto artístico aplicado a las artes, tan necesario en esos años
para poder competir con los productos de fuera", lo que demuestra
una conciencia sobre el valor del diseño como herramienta fundamental
en el proceso productivo, una visión que coincidirá con
la de un buen número de los artistas y arquitectos más avanzados
de Europa.
Sin embargo, hubo también quienes, como Salvador Sanpere, profundizando
en la relación entre arte e industria, pusieron de relieve que
si bien las artes industriales catalanas no se encontraban en un estado
completo de postración, tampoco se hallaban al nivel de países
como Francia, Bélgica, Alemania o incluso Hungría y Rusia.
Desde su punto de vista, existía una falta de educación
artística, y la enseñanza del dibujo -que le parecía
imprescindible para la formación de los profesionales del arte
industrial- tenía muchas carencias.
Las preocupaciones de Sanpere coincidían con un importante movimiento
partidario de reconducir las enseñanzas artísticas, dirigiéndolas
a una colaboración estrecha con los nuevos medios de producción
industriales; un movimiento integrado por escritores como Miquel i Badia,
el citado Salvador Sanpere y José Ferrer i Soler, empeñados
en la difusión de ideas renovadoras sobre los procesos de diseño
de objetos de uso y de adorno que, sin embargo, no tendrán una
realización práctica por la falta de artistas capaces de
llevarlas a cabo.
EL MODERNISMO Y EL NACIMIENTO DEL FAD
Tendremos que esperar al cambio de siglo para encontrarnos con las propuestas
del Modernismo, uno de cuyos afanes es la dignificación del objeto
en la era industrial.
Introducido por arquitectos y artesanos y relacionado con los sectores
más vinculados a la construcción, las artes decorativas,
el mobiliario y las artes gráficas, el Modernismo -profundamente
ligado al desarrollo de una burguesía progresista industrial que
busca un estilo que represente su poder- será un fenómeno
urbano y, por lo tanto, encontrará en Barcelona el lugar para sus
manifestaciones más relevantes. Con arquitectos destacados, entre
los que puede citarse a Lluís Domènech i Montaner, Puig
i Cadafalch y Gaudí, el Modernismo busca la obra de arte total;
de ahí que su trabajo se extienda a piezas que abarcan desde el
mobiliario hasta los más mínimos detalles de ferretería.
El Modernismo fue un momento espléndido para la arquitectura, las
artes industriales y, en especial, para la artesanía, las artes
gráficas y, con ellas, el libro. Desde este movimiento artístico
se producirá la ruptura con el concepto de arte exclusivamente
limitado a los círculos académicos.
En 1903 se produce en Barcelona un hecho de especial relevancia para la
historia del diseño catalán: el 15 de marzo se crea el Fomento
de las Artes Decorativas (FAD) que, con el tiempo, se convertiría
en una de las instituciones más activamente implicadas en su promoción
y desarrollo.
El FAD nace como asociación protectora e instructiva del arte decorativo,
como indican los documentos que hablan sobre los pasos previos a su fundación,
y los principios que la animaron fueron los mismos que los del movimiento
británico Arts & Crafts y los de la Werkbund en Alemania -una
institución constituida por artesanos, artistas, arquitectos e
industriales-, cuyo objetivo era el de convertir las "artes industriales"
no sólo en una herramienta económica, sino también
cultural.
El FAD se encargará, pues, de proteger y divulgar los denominados
"oficios artísticos" y lo hará mediante la organización
de cursos -cuyos destinatarios son artesanos y artistas-, de exposiciones
y de concursos que tienen como objetivo dar a conocer la obra de los mejores
profesionales así como estimular la calidad de los productos fabricados.
Precisamente el FAD organizará, en 1925, la representación
española en el Salón de las Artes Decorativas celebrado
en París, evento que marcó un hito en la historia del diseño
europeo. El resultado de la participación superó todas las
expectativas posibles, pues los expositores españoles -con especial
protagonismo de los catalanes- obtuvieron un 50% más de premios
que los propios franceses.
El éxito obtenido reflejaba una época que para Barcelona
fue especialmente propicia desde el punto de vista económico y
cultural.
La Primera Guerra Mundial había influido directamente en la economía
catalana, favoreciéndola, pues sirvió para abrir mercados
internacionales al eliminar temporalmente la competencia extranjera. Ello
supuso un incremento de los beneficios empresariales y, aunque como contrapartida
significó también el encarecimiento de los alimentos y la
agudización de los conflictos sociales, dio lugar a una transformación
de las condiciones generales del consumo colectivo, los equipamientos
financieros y comerciales, las comunicaciones y transportes.
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Cartel
modernista de los laboratorios Uriach.
A la derecha, el FAD visita la sección de hierros artísticos
del Museu de les Arts Decoratives en 1913. Abajo, carteles de los
automóviles Elizalde y de los mosaicos Escofet |
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Asimismo, es un período de nuevos comportamientos sociales relacionados
con la reducción progresiva de la jornada laboral y la ampliación
del tiempo de ocio, así como con los nuevos inventos que facilitan
la vida cotidiana.
La extensión de la electricidad a todos los hogares, la aparición
de los electrodomésticos, los grandes almacenes , la evolución
del transporte público y privado, el impulso que reciben los deportes
y espectáculos de masas, son los signos externos de una sociedad
que se moderniza, que pasa de un mundo rural a uno industrializado y urbano.
Por otra parte, entre 1920 y 1940, se produce el desarrollo en Cataluña
-y en especial en Barcelona, su capital- de los medios de comunicación
de masas, coincidiendo con la mejora de las infraestructuras, como parte
de un proceso que se había gestado durante los años de la
Mancomunitat (1914-1923) y que se consolida durante la II República,
precisamente porque formaba parte de un proyecto de modernización
empeñado en impulsar la cultura como parte de un programa de regeneración
social que había puesto en marcha el Noucentisme.
Si bien la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, frenará en parte
ese proyecto al suprimir la Mancomunitat, no logrará detener los
avances culturales y económicos conseguidos ni el poso dejado por
el Noucentisme que, apoyado por artistas y literatos, pero también
por los órganos políticos y la burguesía, había
reivindicado la tarea colectiva. Como ha señalado Santiago Estrany,
"el espíritu de tarea colectiva se pone de manifiesto en todas
las creaciones del Noucentisme. Así, los dibujos, los grabados
en boj, la tipografía, los libros..., las artes plásticas
en general ponen sus esfuerzos al lado de arquitectos, pintores, escultores,
vidrieros, jardineros, mueblistas... y crean unas características
propias que dan a sus obras un aspecto de catalanidad".
Desaparecido el Noucentisme, y pese a la dictadura, Barcelona se mostraba
abierta a las nuevas ideas artísticas y culturales que llegaban
de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria y Escandinavia. La
Galería Dalmau, por ejemplo, acogía muestras del arte más
avanzado de Europa, y Barcelona se había convertido en lugar de
paso o de residencia de algunos de los artistas de vanguardia más
destacados (Picabia, los Delaunay, etc.). En ese clima, y volviendo a
la Exposición de Artes Decorativas de 1925, es lógico que
surgieran buenas propuestas en el terreno de una disciplina, el diseño,
que por aquel entonces todavía no recibía tal denominación.
LA EXPOSICIÓN de 1929 Y EL GATCPAC
Cuatro años más tarde, en 1929, Barcelona acoge la Exposición
Internacional, un evento que sirvió de escaparate para las ideas
y realizaciones del movimiento moderno a través de las propuestas
de una serie de arquitectos de primera línea como Mies van der
Rohe, autor del Pabellón de Alemania, una obra clave para entender
la arquitectura del siglo XX, que ya en su momento tuvo una notable influencia
en los arquitectos, artistas y "diseñadores" barceloneses
más innovadores. Entre ellos podemos mencionar, por ejemplo, a
un jovencísimo grafista llamado Ricard Giralt-Miracle, quien alguna
vez confesó que el edificio de Mies le había impactado profundamente
y había contribuido, poco después, a su acercamiento a las
vanguardias.
De hecho, a comienzos de los años treinta, Barcelona sirve de escenario
a una de las iniciativas más interesantes del Estado español:
la constitución del GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos
Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea), integrado
entre otros por Josep Lluís Sert -a cuya formación había
contribuido Le Corbusier-, Josep Torres Clavé, Subirana, Rodríguez
Arias y Sixt Illescas. Juntos crearán AC, Documentos de Arquitectura
Contemporánea -una publicación magníficamente construida
desde el punto de vista de la gráfica-, a través de la cual
difunden una teoría social de la arquitectura e introducen en España
unas corrientes racionalistas que abogan por la producción industrial,
la economía de recursos y la funcionalidad.
De acuerdo con estos ideales, algunos de los miembros del GATCPAC diseñaron
mobiliario, pero es preciso reconocer que sus propuestas no salieron de
un círculo restringido.
Ahora bien, y pese a que la historia del diseño catalán
está todavía por estudiar en profundidad, hay que señalar
que aunque no se puede hablar de un diseño moderno como algo generalizado,
en ese período sí hubo algunos ejemplos destacables de lo
que podríamos percibir como unos procesos productivos que responden
a nuestro concepto actual de diseño. Es el caso de la Hispano-Suiza,
Fábrica de Automóviles S.A., que Emili de la Cuadra había
fundado en Barcelona en 1898. Durante los años veinte y hasta 1936,
la Hispano-Suiza había logrado situarse entre las empresas con
más renombre de Europa por la calidad de su producción automovilística.
Su brillante trayectoria quedará truncada por el estallido de la
Guerra Civil, que supone un frenazo para el diseño industrial pero
que al mismo tiempo fue uno de los grandes momentos para el diseño
gráfico. A menudo se ha dicho que la española fue una contienda
de papel, porque surgieron cientos de publicaciones de todo tipo: desde
periódicos murales, pasando por publicaciones políticas
y carteles, hasta sofisticadas revistas bien editadas.
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Cartel de propaganda
del período de la Guerra Civil, obra de Carles Fontseré.
P ortada de la revista “AC, Documentos de Arquitectura Contemporánea”,
creada por el GATCPAC a principios de los años 30.
Una de las obras emblemáticas del grafismo de postguerra y
de toda la historia del diseño español: el cartel publicitario
del’antipolillas Polil, de Josep Artigas (1948). |
EL CARTEL DE PROPAGANDA
En ese contexto, Barcelona se transforma en el foco principal de una actividad
propagandística en la que el cartel adquiere un papel protagonista.
De hecho, precisamente en Barcelona se genera el primer cartel de la Guerra
Civil. Obra de Carles Fontseré, realizado dentro del Sindicato
de Dibujantes y justo al día siguiente del golpe de estado franquista
del 18 de julio, responde al deseo de los grafistas de comprometerse con
la causa republicana, luchando con un arma que dominan: el diseño.
El fin del conflicto bélico, con la caída de la República,
dará paso a la dictadura de Franco que supuso un importante freno
para el desarrollo del diseño, siempre ligado a la economía,
marcada en este caso por una crisis agravada, además, por un régimen
de autarquía que se impondrá desde los comienzos de la guerra
y hasta 1957 y que limitará la importación de productos
pero, también, la exportación.
Etapa de aislamiento respecto al exterior, en el interior se dejó
sentir el control ideológico, que fue especialmente patente en
el campo del diseño gráfico, pues ya desde sus inicios el
franquismo sometió a una férrea vigilancia a los medios
de comunicación impresos, que afectó no sólo a los
contenidos sino, incluso, a las directrices estéticas.
En ese panorama de posguerra, lleno de dificultades, el FAD cumplió
un papel fundamental, ya que dado su carácter apolítico
sirvió para encubrir la creación de los primeros núcleos
interesados en el diseño.
Asimismo, fue vital la presencia del Grupo R, un grupo de arquitectos
que se formó en Barcelona durante los años cincuenta con
el objetivo de establecer un nexo con el panorama arquitectónico
de la vanguardia anterior a la Guerra Civil y, más concretamente,
con el GATCPAC. Dentro del Grupo R, dos de sus miembros -Oriol Bohigas
y Antoni de Moragas- se mostraron especialmente activos a la hora de difundir
y defender el papel del diseño, así como de construir una
teoría y una práctica del mismo.
Como resultado de esta actividad, en 1956 se plantea la creación
del Instituto de Diseño Industrial de Barcelona, niciativa que
se encontrará con numerosas trabas legales -recordemos que, durante
el franquismo, cualquier movimiento asociacionista estaba bajo sospecha-
y que únicamente encontrará salida a través del FAD,
que le dará acogida en forma de Agrupación de Diseñadores
Industriales FAD, lo que hoy en día conocemos como ADIFAD. Un año
después se crean los premios Delta al diseño industrial
y surge una nueva asociación, también dentro del FAD: Grafistas
Agrupación FAD (actual ADGFAD).
El diseño comienza a evolucionar hacia un concepto moderno gracias
a estas asociaciones, pero también gracias a la llegada a Barcelona
de algunos profesionales extranjeros que comenzarán a asentarse
desde finales de los años cuarenta y, especialmente, durante los
años sesenta y setenta. Es el caso de Erwin Bechtold, Yves Zimmermann
y, más tarde, America Sánchez, Ricardo Rousselot, Mario
Eskenazi, Jorge Pensi y Alberto Liévore.
La aparición de estas asociaciones y el establecimiento de estos
profesionales coincide con el fin de la autarquía franquista, la
puesta en marcha del Plan de Estabilización en 1959 y la entrada
de España en una economía capitalista internacional. Se
elevan los niveles de renta de la población y, poco a poco, surge
una sociedad de consumo.
Por aquel entonces se inicia también la construcción de
una teoría del diseño que va acompañada de la fundación
en Barcelona de diversas escuelas como son Elisava (1961) y Eina (1966),
ya dedicadas exclusivamente a la enseñanza del diseño en
sus distintos campos. Las escuelas tradicionales como Massana y Llotja
se renuevan, creando departamentos de diseño con programas de diseño
y titulaciones específicas, mientras se van desvinculando de la
visión artístico-artesanal que les había sido propia
hasta entonces.
A mediados de los años sesenta, Grafistas Agrupación FAD
y ADIFAD hacen auténticos esfuerzos por acercarse a la gente. Para
ello, los primeros llevan a cabo algunos actos públicos verdaderamente
populares, como es la colocación en plena calle de vallas con trabajos
de los miembros de la asociación y cuyo sentido era transmitir
a la gente el valor del diseño; los segundos crearán en
1965, dentro del Colegio de Arquitectos de Cataluña y Baleares,
un centro de información permanente con el objetivo de aclarar
al público cuestiones relacionadas con el diseño industrial.
Barcelona se convierte, así, en el foco donde se concentran los
profesionales más concienciados del valor del diseño y de
su capacidad para transformar la realidad social. En la recta final del
régimen franquista, el diseño se percibe como un elemento
de oposición política y como un instrumento de dimensión
cultural capaz de influir en la movilización de las conciencias.
En 1973 se crea la Fundació BCD, Barcelona Centre de Disseny, pionera
en la promoción del diseño, y a lo largo de la década
surgen las denominadas "editoras de diseño" -empresas
como Disform o BD-, que diseñan y comercializan artículos
cuya producción subcontratan.
A la muerte de Franco, se producirá un estallido cultural que,
junto con la superación de la crisis energética de mediados
de los setenta y con la preparación para la incorporación
a Europa, convertirá a Barcelona en el epicentro del diseño
dentro del Estado español. Así, se establecen equipos capaces
de ofrecer servicios profesionales altamente especializados, se consolidan
algunos diseñadores que habían iniciado su carrera años
antes (André Ricard, Enric Satué, América Sánchez,
etc.) y se desemboca, en los años ochenta, en lo que se ha denominado
el boom del diseño.
Ahora el diseño barcelonés es apoyado por la oficialidad.
El Ayuntamiento y la Generalitat se implican en su promoción, y
lo hacen aún más desde 1986, momento en el que Barcelona
es elegida como sede de los Juegos Olímpicos de 1992.
La ciudad consigue reconocimiento mundial por su arquitectura y su urbanismo,
y el diseño se hace parte principal de su identidad, al mismo tiempo
que se consolida gracias a una serie de diseñadores entre los que
puede citarse a Peret, Mariscal -especialmente conocido por su mascota
olímpica Cobi-, Pati Núñez, Alfonso Sostres, Claret
Serrahima, Josep Maria Mir, Albert Isern, Pilar Villuendas y José
Ramón Gómez, Pete Sans, Gemma Bernal, Ramon Benedito, Jaume
Treserra, Josep Lluscà, Gabriel Teixidó, Ramon Isern, Òscar
Tusquets y muchos otros nombres que se les irán sumando a medida
que nos vamos acercando a los años noventa.
La vitalidad del diseño barcelonés admirará a españoles
y a extranjeros, como reflejan en este último caso un buen número
de artículos publicados por la prensa especializada de otros países.
Con el restablecimiento de la democracia, el diseño barcelonés
recibe el soporte de les instituciones y aparecen o se consolidan
algunos de los grandes nombres del diseño.
Javier Marisca ly Enric Satué –Premio Nacional de Diseño
de 1988–,y bolsa de la tienda Vinçon, obra de Pati Núñez.
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Las imágenes de esta página corresponden a tres de las
prestigiosas escuelas creadas o renovadas en los años 1960,
que tuvieron un papel fundamental en la construcción de una
teoría del diseño: de izquierda a derecha,, Eina i Elisava
;junto a estas líneas, l’Escola Massana. |
Logotipo
identificador del servicio de taxis de Barcelona, que fue renovado
porAmérica Sánchez
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PARADA Y RECUPERACIÓN
Sin embargo, tras las Olimpiadas, la crisis económica que se había
gestado tiempo atrás en Europa llega a España y supone un
fortísimo frenazo: un buen número de estudios cierran o
han de llevar a cabo adaptaciones que suponen drásticas reducciones
de plantilla; las empresas editoras ven entorpecido su crecimiento y las
grandes compañías frenan sus encargos porque, en momentos
económicamente difíciles, en lo primero en lo que se suele
hacer recortes es en diseño, de acuerdo al tradicional malentendido
que insiste en que éste es un valor añadido, cuando en realidad
es un valor intrínseco, como ha señalado en alguna ocasión
Juli Capella. Y Barcelona, que cuenta con el mayor número de diseñadores
del Estado español, no sólo no puede escapar de la recesión,
sino que la sufre de lleno y, posiblemente, con mayor rigor.
Tras la crisis -e incluso durante ella-, el diseño hecho en Barcelona
ha pasado a ocupar un lugar preeminente entre el realizado en capitales
europeas como Londres, Milán, París o Berlín. Superado
aquel momento difícil -y tal vez en medio de otro-, vive una época
brillante en cuanto a realizaciones -y no tanto en cuestiones económicas,
ya que existe una gran competencia y el mundo empresarial todavía
no confía en el diseño tanto como sería deseable-,
pues durante los años noventa ha hecho su aparición una
nueva generación de diseñadores de práctica heterogénea
y mentalidad abierta como son Ana Mir, Emili Padrós, Curro Claret,
Martí Guixé, Martín Ruiz de Azúa, Víctor
Juan, Òscar Guayabero, Miquel Puig, Mariona García, Sergi
Ibáñez, Martí Abril, David Torrents, Andreu Balius
y los estudios Gráfica, Cosmic, Actar, Eumo Gràfic, Base,
Vasava, Planet Base, entre otros, que no pasan desapercibidos en el ámbito
internacional y que están llevando a cabo propuestas arriesgadas
y de gran calidad.
  Para
finalizar, tal vez habría que preguntarse si el diseño hecho
en Barcelona tiene alguna característica propia y especial. La
respuesta posiblemente sería que no, porque en estos momentos de
heterodoxia y globalización resulta prácticamente imposible
encontrar elementos autóctonos -sin caer en los tópicos-
en casi ninguna parte. Tampoco podemos hallar marcas de estilo concretas,
ni rasgos unificadores, pero lo que sí es cierto es que, hoy por
hoy, Barcelona demuestra un interés por el diseño y ofrece
una calidad difíciles de encontrar en muchas ciudades europeas
y menos aún en la mayor parte del territorio español.
El nombramiento de Barcelona como sede de los
Juegos Olímpicos de 1992 comportó un aumento del impulso
oficial del diseño. Tres contribuciones de estudios barcelonese
para la promoción de los juegos: de izquierda a derecha, carteles
de Peret, Villuendas y Gómez, i Claret Serrahima.
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